
Hace unos días, la Guardia Civil incautaba un importante alijo de cocaína. La droga había sido infiltrada en una placas de goma negra, que conformaban las paredes o el fondo de unas bolsas de viaje.
Esa cocaína, de no haber sido incautada, habría tenido que pasar por varios procesos químicos y decolorantes, y al final habría sido cortada con cualquier porquería. Y, convertida en un mierdoso polvo, habría llegado al organismo del consumidor.
Un estudio, realizado por el Instituto de Investigaciones Químicas Ambientales de Barcelona, del CSIC, que analizó las aguas residuales de la depuradora de El Prat, reveló que, en el área metropolitana de Barcelona, el consumo medio de cocaína es de 73.000 dosis diarias.
España se ha convertido en el mayor consumidor de Europa. La cocaína sutituye, para muchos trabajadores, al carajillo matutino, pues ha dejado de ser una droga elitista. Y como los billetes se utilizan enrollados para esnifar, la gran mayoría contiene restos de cocaína.
En mi generación, siendo adolescentes a finales de los años 60, y durante los 70, alguno de nuestros ídolos del rock elogiaba las drogas en sus canciones. Eramos muy jóvenes e inexpertos en el tema de las drogas, y hacíamos mucho caso a nuestros venerados ídolos.
Recuerdo las tres versiones de Cocaine, interpretadas por Jimmy Hendrix, Eric Clapton y J.J. Cale; Cocaine in my brain (Cocaína en mi cerebro), de Dillinger; Brown Sugar (un derivado de la heroína), de los Rolling Stones; o Lucy in the Sky with Diamonds (las siglas del LSD) de los Beatles.
En 1978, tras organizar el "Funeral por el Mediterraneo", la gran fiesta de apertura de la discoteca Ku, de Ibiza (hoy Privilege), fui entrevistado por Sergio Makarof, que me dedicó cuatro páginas en el Interviu, del Grupo Z. En esa entrevista admití haber experimentado, a nivel casi sacramental, con todo tipo de drogas, durante mis años hippys. Pero también advertí que se avecinaba un consumo desmesurado, debido a que líderes de opinión de la juventud estaban poniendo la droga de moda. Mi profundo conocimiento de este tema dio paso a la publicación de mi primera novela "Réquiem por Peter Pan".
En España, la cocaína llegaría a la masa en los 90, para matar el buen feeling en el mundo de la noche, de las dos décadas anteriores, en las que no había tantas tensiones ni violencia. Por suerte la cocaína nunca me sentó bien. Me sobra energía, y lo que mi organismo necesita es relajación. De lo contrario, y debido a los ambientes que frecuento, yo sería otro pertinaz cocainómano.
Hoy día se tiene mucha información al respecto, y ya se conocen los estragos que hace la cocaína en la salud. A pesar de todo se consumen toneladas.
Recuerdo, en los años 70, cuando ejercía de periodista en Nueva York, que en algunas joyerías y tiendas underground vendían unas minúsculas cucharillas para esnifar. En una de sus canciones, los Beatles, mencionan una silver spoon (cucharilla de plata). Entonces la cocaína era tan pura, y para un público tan elitista, que se esnifaba en pequeñas dosis. No como ahora que, debido a que está muy cortada, se inhalan rayas gruesas y largas, y con mucha más frecuencia.
La cocaína es muy asequible. No se ha incrementado el precio del gramo desde hace años. Creo que es el único precio que no ha subido desde la llegada del euro. Se mantiene el precio, a la vez que baja la calidad, para así expandir el mercado. Lo que se ha conseguido con gran éxito. Y los consumidores no se percatan de que, raya tras raya, se van convirtiendo en adictos.
Creo que, respecto al tráfico y al consumo de esta destructiva droga, hay una enorme hipocresía y se hace mucho la vista gorda. Y hay un tema que nadie me ha sabido aclarar: ¿Qué se hace con la droga decomisada? ¿A dónde van a parar todas esas valiosísimas toneladas? He pasado muchos años en Ibiza y en Nueva York, y he conocido a algunos traficantes. Uno me dijo: "Me pescaron con 10 kilos, pero me juzgaron solo por 7. Y claro, no iba a levantar el dedo, como en el colegio, para decir Perdón Sr. Juez. No eran 7, sino 10 kilos".
Cuanto más dinero se invierte en publicidad contra las drogas, más permisividad hay con el consumo. Y son ejemplos de esta permisividad las escenas y diálogos de alguna serie televisiva, o los absurdos y malsanos horarios de la marcha de la noche, en que la gente se droga "para aguantar". Y tampoco me parece un buen ejemplo que, como premio por haber cogido infraganti a una topmodel esnifando cocaína, le lluevan contratos millonarios.
Hace un par de días veía sorprendido en la televisión, como unos conocidos presentadores de programas y unos comentaristas del cotilleo se echaban en cara, unos a otros frívolamente, que consumían cocaína. Como si hablasen de fumar tabaco.
En breve espacio de tiempo, la Sanidad Pública, que bastantes problemas tiene, carecerá del suficiente dinero para cubrir el gasto generado por las enfermedades coronarias, hepáticas, renales y cerebrales, producidas por la cocaína. Una droga cuyo excesivo consumo induce a una mayor ingesta de alcohol, al tabaquismo, a la violencia y a una euforia artficial, en muchas ocasiones, incontrolable.
En el IV Congreso Nacional de Ansiedad y Trastornos Comórbidos, celebrado recientemente en Barcelona, se alertó de la creciente ansiedad patológica en la sociedad, debida en gran parte al incremento del consumo de drogas, especialmente entre la juventud. Una juventud estafada y confundida, pues se le ha dejado "hacer a sus anchas", para tenerla contenta.
Los responsables de la lucha contra la droga, sean políticos de derechas o de izquierdas, deberían dimitir. No están haciendo muy bien su trabajo, pues cada vez hay más droga y más delitos generados por ella.
De seguir así, en los restaurantes de gastronomía creativa podrían ofrecer, para postre, alguna delicatessen, como: "Cereza caramelizada sobre un crujiente de rayas blancas".


Y para postre: "Cereza caramelizada sobre un crujiente de rayas blancas".
Fotos via Flickr: Drogadicta, espejo-andy14darock, Sergio Alberti.