
Hace unos días, la Guardia Civil incautaba un importante alijo de cocaína. La droga había sido infiltrada en una placas de goma negra, que conformaban las paredes o el fondo de unas bolsas de viaje.
Hace unos días, la Guardia Civil incautaba un importante alijo de cocaína. La droga había sido infiltrada en una placas de goma negra, que conformaban las paredes o el fondo de unas bolsas de viaje.
El debate entre Rajoy y Rodríguez Zapatero me recordó a las películas de Stan Laurel y Oliver Hardy.
El haber impartido una clase de Relaciones Públicas, en la Universidad Internacional de Cataluña, ha sido, para mí, una nueva y muy grata experiencia.
Estuve una hora de reloj sin parar de hablar, y pude apreciar, con agrado, el interés con el que se me escuchaba. Nada que ver con mi falta de atención, cuando yo asistía como alumno, a clase en la Facultad de Derecho de Barcelona.
Me matriculé por obligación paterna. Porque hace 42 años, nadie entendía lo que eran las Relaciones Públicas. Se pensaban que consistía en dar palique a la clientela en un bar de copas.
Pero, gracias al cielo, cometí la osadía de desertar en el tercer año de carrera, para empezar, desde lo más bajo, y convertirme muy tímidamente, en pionero de una nueva profesión que me gustaba, y de la que había oído hablar, vagamente, en los Estados Unidos, con el nombre de Public Relations.
Recuerdo el lejano día en que entré en un Pub para llamar por teléfono (los móviles no existían), y una mujer, pintada como una mona, y en actitud altiva, me dijo : "Hola. Soy la Púbis Relechons de este Paf". Ese día comprendí que mi profesión ya era algo normalizado en España.
Ahora existen grandes empresas de Relaciones Públicas, y Escuelas que imparten esta materia. Por lo que a nadie le parece rara esta respetable profesión.
Yo he sido un autodidacta. Pero he conseguido, tras una labor de muchos años, un reconocimiento que me ha llevado hasta las aulas de esta Universidad, y a colaborar con marcas y empresas de renombre internacinal.
Desde aquí agradezco el interés y los aplausos de aquellos que asistieron a mi primera clase. Francamente: no me lo esperaba.
Moretto, broche joya de Nardi


(Recomiendo ver el vídeo de 17 minutos, que edité en 2007, al final de este artículo, y dividido en 2 partes).
Ana Bru en el Gyrolab
Sir Richard Branson y Ana Bru












Fue el premio por haber hecho el ridículo, dos días antes, cuando llegó al Ritz Sofía Loren, y Parés me pidió que subiese al escenario, instalado en el Salón Lauria, que estaba abarrotado de periodistas e invitados, para que, en su nombre, hiciese entrega a Sofía Loren de un ramo de rosas. Yo le dije: “Seamos más originales. Sofia Loren ha protagonizado una película titulada “Mortadela”, en la que le prohibían entrar en América con una enorme mortadela de casi 3 kilos. En vez de las rosas, me gustaría entregarle una de esas mortadelas, que parecen un obús”. Antonio Parés aceptó con cierto recelo.
Cuando subí al estrado con aquella mortadela XXL, dos agentes de seguridad se abalanzaron sobre mí, pensando que era un artefacto explosivo. Por suerte, acompañando a la Loren, estaba su vecina de piso en París, Paty Arquer, entonces casada con el Principe Fernando de Baviera. Paty había estudiado de niña conmigo en el colegio mixto Luis Vives, y acudió en mi ayuda. Así pude hacer entrega del enorme embutido.
En Nueva York acudí, acompañado por Amanda Lear, musa del pintor, y Carmen D’Alessio, relaciones públicas de la discoteca Studio 54, a un original happening que Dalí había institucionalizado, todos los domingos, a las 5 de la tarde, en un salón del Hotel Saint Regis. Dalí se sentaba en un trono, como un emperador al que había que distraer. Unos candelabros alumbraban sugerentemente la sala, en la que actuó un grupo de ballet erótico-moderno, en el límite del porno.
Poco a poco, Dalí y Gala se iban familiarizando con una cara a la que no ponían nombre. En Madrid, en el salón oval de su suite del Palace, asistí a una reunión en la que estaban presentes, sentados en corro, el productor teatral Colsada, la vedette Tania Doris, el Duque de Cádiz, , la fotógrafo Sylvia Polakov, y Sabater, su nuevo secretario, entre otros que ya no recuerdo. Era, como siempre, un grupo variopinto. Yo estaba sentado a la izquierda de Gala, a quien Dalí, sentado en el polo opuesto del círculo, no quitó ojo en todo momento.
Las únicas palabras, en francés, que Gala me dirigió en toda la tarde, con un sensual retintín, fueron: “Creo que por su casa de Ibiza pasa una gente muy atractiva…”
Me sorprendió que supiese que yo vivía en la isla.
En Paris, pasé un mes para echar una mano al arquitecto Ricardo Bofill, que estaba instalando un estudio para intentar vender, al Gobierno de Giscard D’Estaing, el importante proyecto “La Ciudad en el Espacio”, tras haber sido rechazado por el Gobierno de Franco. Finalmente, Ricardo consiguió llevar a cabo su importante proyecto, en la localidad de Cergi Pontoise.
Aquel año, a Salvador Dalí le correspondió la creativa tarea de diseñar un número especial de la revista Vogue, Francia.
Antes de la presentación de la revista, que tuvo lugar en Maxim’s, unas cuantas personas nos reunimos con Dalí, en su suite del Hotel Meurice.
Llegué con demasiada puntualidad, acompañado por Loulou de la Falaisse, brazo derecho de Yves Saint Laurent.
Un barbero le estaba poniendo tieso el bigote, mientras un panadero exiliado daba un último toque a unos muebles espectaculares, con formas daliniánas, que había realizado en pan, para el pintor.
Hacía mucho frío y yo llevaba puesto mi abrigo de marmotas. Me sorprendió que Dalí me ayudase a quitarme el abrigo, como se hace con una señora. No lo dejó sobre el banco del hall de entrada, y me extrañó el hecho de que lo colgase en el armario de su habitación, algo que pude ver gracias a un juego de espejos. Pero no le di importancia.
Cuando llegó el momento de ir a Maxim’s, mi abrigo no aparecía. Y al pedírselo a Dalí, puso cara de no saber de qué le estaba hablando. Insistí y le recordé que lo había colgado en su armario.
Dalí era un apasionado de las pieles. Tenía muchos abrigos de pieles. Incluso en la foto que se publicó días antes de su fallecimiento, llevaba puesto un gorro de armiño.
Tras mi insistencia, entró en su habitación, y regresó con un viejo abrigo de zorros, que estaba hecho unos zorros (valgan la redundancia y la cara dura).
Dalí pensaba, seguramente: “Este jovencito no va a protestar al genial Saaaaaalvador Dalí, y le voy a dar el cambiazo”.
Pero no lo consiguió. Tras descolgar de la percha personalmente mi abrigo de marmotas, y devolver a Dalí sus viejos zorros, salí de la suite, y observé que su engominado y famoso bigote perdía rigidez. El genio estuvo a punto de necesitar de nuevo al barbero.
Moraleja:
Aunque el zorro sea muy listo y muy viejo
A la joven marmota no le birlará el pellejo.


