miércoles, 27 de enero de 2010

EL ANACRÓNICO FASTO DEL VATICANO

Escuché, hace unos días, las desafortunadas palabras de José Ignacio Munilla, nuevo Obispo de San Sebastián, que decía: "Existen males mayores que los de Haití. Deberíamos llorar por nuestra pobre situación espiritual y la concepción materialista de la vida". El Obispo afirmó, también, ser un hombre humilde.


¡La Iglesia Católica se queja de falta de humildad y del imperante materialismo!

El Papa Benedicto XVI, en su sermón de la Misa del Gallo, pidió "humildad". Y dijo: "Dios se hace niño inerme para vencer la soberbia, la violencia y el afán de poseer del hombre. En Jesús, Dios asume esta condición pobre que desarma...".

Como si la Iglesia Católica no tubiese afán de poseer, y fuese una iglesia humilde y pobre que desarma...


No olvidemos que todo empezó con un pesebre y un poco de paja, en un establo mal oliente para el ganado.


Pero, con el paso de los siglos, el establo ha ido evolucionando con ejemplar "humildad y modestia", como puede verse. En el Vaticano ya no hay ni rastro de aquel ganado, pero sí de la inmensa fortuna que han ganado.




El Museo Vaticano. Un cúmulo de riqueza y piezas de arte de un valor incalculable.


El bastón de pastor y la vestimenta sencilla de Jesús también han mejorado...


Ahora, el pastor viste brocados, moarés de seda y pieles de armiño. Y se cubre con mitras cuajadas de enormes piedras preciosas. Y aquel rústico bastón de madera se ha convertido en oro macizo.


Jesús hacía sus entradas triunfales montado sobre un asno.


Pero la cosa fue mejorando con el paso del tiempo.


El Papa de mi infancia y adolescencia fue Pio XII. Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli, perteneciente a una familia aristocrática, fue un hombre con una inegable elegancia y buena presencia.

Su imagen, la de Franco y un crucifijo, presidían todas las aulas de mi colegio. Cuando Pio XII falleció yo tenía 14 años.


En aquella España gris, recuperándose de la pobreza, tras la guerra civil, la fastuosa imágen de Pio XII me fascinaba.


Ese afán del Vaticano por emular el fasto y la ostentación de los Faraones de Egipto generaba en mi mente infantil una confusión hollywoodiense.






Debido a las impresionantes sillas gestatorias y a los espectaculares flabelos de plumas de avestruz, llegué a confudir a Papas con Faraones.




Confundía también la opulencia rimbombante de los Concilios, y su lujosa estética, con antiguas escenas imperiales.



Como la coronación de Napoleón Bonaparte.


Jesús de Nazareth vestía con sencillos trozos de tela, cuando echó a los fariseos del templo.


Esa vestimenta también ha ganado en calidad.

En Roma, entré en una de las más importantes sastrerías de ropa cardenalícia y, con la excusa de comprarme unos calcetines rojos, curiosear un poco. Pero me fuí animando y cometí la frivolidad de hacerme un look vaticano. Y cuando fuí a pagar, era tan caro que, del susto, casi me quedo calvo.

El Vaticano, en la actualidad, solo compite con el boato, las joyas y las coronas de los que hace ostentación la Reina de Inglaterra. ¡Si Cristo, a quien coronaron Rey de los judíos con unas punzantes espinas, levantase la cabeza!


¿No se podrían predicar las palabras de Cristo con la misma sencillez y humildad que las hicieron mundialmente populares? Ninguna otra religión, ni los cabezas de ninguna otra iglesia, ofrecen esta imagen de riqueza, pompa y esplendor.





Yo respeto la sencillez de Teresa de Calcuta, de los budistas, de los curas misioneros, y de las monjas que ayudan en los hospitales. Y creo que todo este fasto apabullante del Vaticano incita a la apostasía, a la laicidad y, en resumen, a abandonar la fé.

Entre la juventud, el número de católicos practicantes baja día a día. La Iglesía Católica no va acorde con los tiempos que corren.

Una amiga me decía: "Me gusta esa música, pero no quien la interpreta".


Y un pobre monje budista, que conocí en Tailandia, viéndo unas imágenes del Vaticano en la televisión me dijo: "Si así vive el representante de Dios en la Tierra. ¿Cómo debe vivir el representado?

"¡Pues vive como Dios!", le contesté en broma, recurriéndo a esa expresión tan popular.

FRANCIS BACON dijo: "La experiencia de los siglos prueba que el lujo anuncia la decadencia de los imperios".

domingo, 17 de enero de 2010

YO ESTUVE EN HAITÍ EN 1979

Simultáneamente al desastre de Haití, mi ordenador se rompió y he tenido que comprar otro. De ahí el gran retraso en escribir en el Blog.



Años atrás, durante una cena en el Hotel Ritz, mi adorada Helena Klein me habló del tiempo en que, junto con su marido Mariano Sanz Briz, estuvieron destinados como embajadores en Puerto Príncipe.


Me interesó mucho la historia de La Española, nombre con que Cristobal Colón, en 1.492, bautizó a la isla cuando la descubrió, y pensé en viajar allí algún día.



Meses más tarde coincidí en un evento, en Nueva York, con la célebre bailarina y coreógrafa Katherine Dunham.



La bailarina, que entonces tenía 69 años, me dijo que era propietaria de un pequeño hotel, en la capital de Haití, llamado La Residence Dunham. Unas pocas habitaciones frente a una pequeña piscina.

Unas semanas más tarde, tras pasar unos días en Miami, aterricé en Puerto Príncipe, con una cámara Nikon, para tomar diapositivas, provista de un enorme flash (no como las pequeñas digitales de ahora) y otra cámara de vídeo. Era el año 1979.

La Policía de Aduanas me llevó a una cochambrosa habitación del aeropuerto, y allí me comunicaron que no podía entrar en Haití sin un visado. ¡Un típico y tonto despiste de juventud!

Enseguida me saqué de la manga una carta de recomendación, firmada por Helena Klein de Sanz Briz, y dirigida al Dr. Thear, Ministro de Sanidad del Gobierno de Duvalier. Y, como suele ocurrir en estos países bananeros, me dejaron entrar sin problemas en Haití.

La pobreza extrema, la suciedad, el caos, el tufo nauseabundo a letrina y la evidente corrupción del Gobierno me impactaron.

Mi primer encuentro con el Dr. Thear fue en un ruinoso hospital, donde pasaba visita. Me sorprendió ver que algunas camas estaban ocupadas por dos efermos. Thear me dió algunos consejos, y una muy especial dirección para asistir a una auténtica sesión de vudú.


Helena me había hablado del Iron Market (Mercado de Hierro), una estructura de impecable diseño que quise visitar en mi segundo día. Ese mercado no se ha desmoronado trás el terremoto. Pregunté la dirección por la calle, y un tipo me sugirió que me subiese a un camión que, supuestamente, se dirigía a aquel mercado de alimentos.



Enseguida me dí cuenta de que nos estabamos alejando mucho del centro, en aquel camión atiborrado de gente, cabras, gallinas y un cerdo.



El viejo camión se detuvo en un improvisado mercado en pleno campo. La higiene allí era deplorable. Ví trozos de carne de cabra y de pollo cubiertos de moscas, tirados por el suelo, bajo un sol de justicia y una humedad insoportable. Y gente haciendo sus necesidades junto a los productos que vendían.

En francés pregunté al conductor dónde estaba el Iron Market. "Oui, oui. Market très bon", me respondió con su acento criollo, señalando una casucha rodeada por una verja oxidada y cerrada con un grueso candado. Enseguida comprendí que me habían enredado.

El camión arrancó dejándome allí tirado. Hice sonar la campanilla de la verja, y al poco apareció una anciana arrugada como una pasa, fumando en pipa, y con una enorme llave entre sus dedos agrietados y deformes.

Moviéndo la pipa me indicó que entrase. Me encontré en un patio lleno de mesas y sillas destartaladas y sucias. Antes de darme tiempo a reaccionar escuché un tremendo griterio y, alborotadas, aparecieron unas cinco mujeres muy gordas, cubiertas con unos batines entreabiertos, que dejaban ver unos pechos descolgados y unas barrigas sebosas y llenas de estrías.


Se me tiraron todas encima gritando "¿Tu veux la femme? ¿Tu veux la femme? Comprendí que estaba en un prostíbulo, y que no saldría de allí si no soltaba algo de "pasta". Y tuve que negociar con una que llevaba la voz cantante, y que me ponía labios en O, como un muñeca hinchable.


Yo, mirando al cielo, imploré ayuda al Santo Patrón de lo Exquisito, que nunca me falla, para que me inspirase una triquiñuela que me evitara aquel mal trago. ¡Y funcionó!

Convirtiéndo mi francés parisino en una especie de jerga criolla, para hacerme entender, hice creer a la obesa prostituta que había confundido aquel cutre puticlub con una tasca para comer. Y le dije, subiendo la voz: "Moi, manger. ¡Moi, ñam, ñam!".
Una de aquellas profesionales, digna de Botero, mal interpretando mis palabras, se quitó el batín floreado, y se tiró al suelo abriéndose de piernas.


Cuando finalmente comprendieron que yo no estaba hambriento de aquellas carnes, sino de otras viandas más comestibles, tras abonar unos cuantos billetes, me recalentaron un guiso negruzco de conejo, sobre unas brasas de carbón.

Mientras la mujer revolvía aquel engrudo en una sartén requemada, vinieron a mi mente imágenes de los trozos de carne medio podridos y cubiertos de insectos, que había visto expuestos a la venta en el mercado. Pero me lo tuve que tragar...

Mientras engullía el engrudo, las mujeres se pusieron a dar palmas y bailar, cantando un sorprendente estribillo: "¡Air France! ¡Swiss Air! ¡Pan American!"


Yo no recordaba que mi habitación de la Residence Dunham era tan agradable, hasta que vi esta foto digitalizada. En esa habitación pasé tres horribles y febriles días, de los que no quiero dar detalles, debido al tremendo envenenamiento.



Me habían dado gato por liebre, cocinado en su propia sangre. Durante los tres días siguientes me alimentaron con pan quemado, como trozos de carbón.



Ya mejorado, me dediqué a fotografiar los pocos edificios decentes de aquella "ciudad favela", de los que, tras el terremoto, ya no queda ni uno. Este era el Palacio Presidencial.










Pero la imagen de suciedad, abandono y pobreza extrema se me hizo cada vez más aterradora.


Me impresionaron mucho los hediondos riachuelos de aguas fecales, que fluyen por el centro de todas las callejuelas, entre las filas de barracas.

Niños descalzos y ratas chapotean, pisando la porquería flotante. Y eso puede verse, incluso, en el Iron Market.




He querido evitar mostrar las imagenes más duras de mi reportaje, pues bastantes se han emitido ya, tras la catástrofe producida por ese seísmo, de una magnitud nunca vista.



Hice muchas fotos a los llamados "Tap-Tap". Esos coloridos vehículos de transporte público, de distintos tamaños, que circulan por todas las calles. Cuando quieres apearte has de dar dos golpes: "tap, tap", y el conductor se detiene. De ahí su nombre.



Las pinturas naïf sobre las carrocerías suelen ir acompañadas por frases o imágenes religiosas.



"Voluntad divina".


"Dios, mi pastor".


"A la voluntad de Dios".



En los "Tap-Tap" pueden transportarse todo tipo de objetos, equipaje, animales o productos alimentícios.


Y no se ponen nunca limitaciones.

Una tarde recordé la dirección que el Dr. Thear me había dado, por si me interesaba asistir a una auténtica sesión de vudú. Paré un pequeño Tap-Tap vacío, y me llevo hasta una aldea de Souvenance.

Al llegar a mi destino, el conductor se abrió la bragueta y me preguntó sonriente: "¿Tu veux tic, tic, tic?

A lo que le contesté riéndo: "Tap-tap, oui. Tici, tic, no... ¡Merçi!"


Un curioso tapiz indicaba que allí había una sesión de vudú.



De un inmenso árbol colgaban, como adornos navideños, cabezas de animales sacrificados, en estado de putrefacción. Y, rodeando el tronco, varios cadáveres de palomas y gallos configuraban una especie de corona.

En la base del tronco había un charco pestilente de sangre cuajada. La visión y el hedor me provocaron arcadas, y estuve a punto de retirarme.



Imagino que los gallos muertos y ofrendados provenían, no solo de sacrificios vudú, sino también de las tan frecuentes y populares peleas de gallos.




Delante de unos miserables chabolos, un hombre esperaba a los participantes, y mencioné el nombre de Thear, a modo de contraseña.



El ochenta por ciento de los haitianos es católico, practicando un catolicismo un tanto sui generis. Pero el cien por cien practica ritos y crée en el vudú.


Para ayudar a entrar en trance se emborrachan.



Los Ounis, o tamborileros, acompañan a los cánticos para invocar a los espíritus.



Durante los rituales se sacrifican cabras, gallos e incluso vacas, en ofrenda a los espíritus.


Y se entregan a danzas frenéticas.



Y entran en trance.



Caen poseídos y se revuelcan por el suelo, controlados por los Hougans, sacerdotes que dirigen en todo momento las ceremonias.




El vudú llegó con los esclavos de Africa en el siglo XVI.





Una mujer enloquecida, tras comerse una tea encendida, introdujo la cabeza de una paloma blanca en su boca. La paloma aleteaba mientras se asfixiaba entre los dientes de aquella mujer.

El Ouni hizo un redoble con su tambor. Luego dió un golpe seco. La mujer apretó fuertemente sus dientes. Y la paloma cayó al suelo decapitada. Seguidamnete, la mujer, con una mirada enfervecida, me escupió a la cara la cabeza sangrante de la paloma.

Salí de allí zumbando!!! Y dediqué mis últimos días a buscar imágenes amables, como estas:





Me dediqué a la contemplación de la típica pintura naïf haitiana. Que refleja el carácter infantil del pueblo haitiano, paupérrimo, analfabeto y totalmente abandonado en la miseria.







Me bañé en maravillosas playas virgenes como Kayona.



Espero que, en un futuro próximo, estas playas sean un atractivo turístico que aporte medios para la reconstrucción de la capital y la mejora general del país.
Ahora, prácticamente, ya no existe Puerto Príncipe. Los pobres haitianos han sido víctimas de una cadena crónica de catástrofes naturales y humanas. Un desastre infernal de muy difícil solución.
El terremoto ha asolado una ciudad cuya imagen era ya desoladora. Yo deseo a Haití un futuro con importantes ayudas en sanidad y educación, sin más catástrofes naturales, y sin más corrupción política.

P.D.: El cuadro del Patrón de lo Exquisito fue un regalo-broma de Mª José Ankli.