lunes, 4 de febrero de 2008

REALMENTE AVERGONZADO








Julio de 1973. La Guardia Civíl tenía la orden de detener a los nudistas que disfrutábamos de las playas, entonces vírgenes y desprovistas de ruidosos chiringuitos, hamacas y sombrillas, en la maravillosa isla de Ibiza.

Yo pasé mucha vergüenza hasta que me acostumbré a tomar el sol y bañarme totalmente desnudo, entre aquellos desinhibidos hippys.

Mi vehículo, entonces, era un caballo llamado Nínive. Me encantaba pasear por las playas de Las Salinas y de Es Cavallet, a pelo sobre el lomo de mi caballo (y cuando digo “a pelo”, me refiero también a mí).

Para proteger mis partes nobles, poder tomar el sol prácticamente desnudo y, de paso, evitar ser detenido por la Guardia Civil, una amiga mía, llamada Jana, me confeccionó una especie de taparrabos de ante, a lo Tarzán. Y esa minúscula prenda, que consistía en dos triángulos sujetos por un fino cordón, tuvo tanto éxito que, en pocas semanas, las playas se llenaron de tangas.

Durante los años 70, en Ibiza, no tuve más traje de baño que unas cuantas tangas de distintos colores y tejidos, como ocurría al resto de mis conocidos.

Los trajes de baño no eran las únicas cosas que escaseaban en la isla en aquellos irrepetibles tiempos. Era rarísimo ver grandes yates y barcos de recreo como se ven ahora, abarrotando puertos, calas y playas.

En Ibiza, también vivía por entonces Meralda Caracciolo. Una simpática y alocada aristócrata italiana, con un buen pedigrí. Meralda era sobrina del director de cine Luchino Visconti, prima de Marella Agnelli, y perteneciente a la familia principesca de Castagneto.

Meralda me dijo un día que estaba invitada a salir en el barco de unos amigos, para ir a Formentera. Me propuso que la acompañase y acepté encantado. Pues tal como ya he dicho, no ocurría con frecuencia, en aquellos años, salir a navegar en embarcaciones privadas.
A la 1 de la tarde, con la puntualidad que me caracteriza, me encontré en el puerto con Meralda Caracciolo. Allí, una pequeña embarcación nos esperaba. La conducía un hombre vestido de blanco, que esbozó una gran sonrisa y, sin decirnos ni media palabra, puso rumbo hacia Formentera.
Yo pensé que nuestro anfitrión era un poco raro, pero como la isla estaba llena de gente excéntrica o chiflada, no me sorprendió.

Extendí mi toalla y me puse a tomar el sol encantado, con mi tanga de Tarzán. Y cuando ya faltaba muy poco para llegar a Formentera, divisé una inmensa nave. De entrada creí que era un buque de la compañía Transmediterránea. Luego, en broma y para romper el silencio, exclamé: ¡Mirad, el Titanic!

El hombre de blanco me miró con condescendencia y sonrió. Meralda, no me hizo ni caso, se había fumado un porro y parecía ausente mirando las nubes.

Al poco rato y, para mi sorpresa, llegamos junto a la enorme embarcación. Su nombre era: Marala.

El hombre de blanco resultó no ser nuestro anfitrión. Era un simple marinero perteneciente a la numerosa tripulación del Marala. Y la pequeña embarcación era un tender de esa inmensa nave, de más de 60 metros de eslora.
-Ya pueden subir a bordo-. Nos dijo, en italiano, el marinero. Les están esperando para comer. No se preocupen. Yo me ocupo de las toallas.

Yo no sabía dónde estaba. Era tal mi confusión, que olvidé por completo que mi único atuendo era un tanga. Pero muy pronto me percaté del ridículo que estaba haciendo.

Más de una vez había soñado que me encontraba en plena calle, totalmente desnudo, y rodeado de gente. Y me despertaba sobresaltado por la angustia. Pero, en aquella, ocasión me sentí mucho peor cuando Meralda Caracciolo comenzó a presentarme a nuestros verdaderos anfitrones: S.A.R la Princesa Mª Gabriella de Saboya y su esposo Robert de Balkany, y a sus egregios invitados: SS.AA.RR los Reyes Simeón y Margarita de Bulgaria, y, si mal no recuerdo, S.A.I el Archiduque Ferdinand de Habsburgo.
¡¡¡Y yo en tanga!!!
Nobleza obliga. Las testas coronadas se comportaron conmigo como si yo fuese de smoking, haciéndome sentir como en casa.

Al poco rato, había waitting list para fotografiarse conmigo, como si yo fuese el nativo de una isla exótica. Si esto me ocurriese hoy día, yo creo que me lanzaría por la borda, tras tragarme el tanga..
Por la noche, y como si nos conociésemos de toda la vida, llevé al señorial grupo a Pacha, recién inaugurado aquel año 1973. Y regalé a todos las camisetas con las famosas cerezas.
Recuerdo a la Reina Margarita de Bulgaria, bailando sin parar y con mucho ritmo, en el centro de la pista. Hoy día, con tanto paparazzi, eso sería impensable.
Han pasado muchos años, y recuerdo esta anécdota con gran cariño. Desde entonces mantengo con la Princesa Mª Gabriella, una mujer extraordinaria, culta, simpática y divertida, y que estuvo a punto de convertirse en Reina de España, una profunda y verdadera amistad.

Yo conservo en formol el tanga, por si un día el Gobierno Balear decide dedicar un museo, en homenaje a los hippys de Ibiza, y lo exhiben en una vitrina.

Foto: Benoit Donne, Carlos Martorell.

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